Mundos pequeños

08.01.2021

¿Cómo se reacciona ante lo inevitable? Supongo que de la misma forma, con igual incertidumbre aunque con la esperanza de entrever una mínima luz en las tinieblas, una señal que nos sirva de pista para sortear el laberinto.

El encierro (prolongado, desolador, extenuante) nos ubicó de pronto, sin consultarnos, frente a un enorme espejo que devolvía nuestra propia imagen.

Cada uno de nosotros hizo (y hace) lo que pudo (y puede).

En materia afectiva se produjeron ausencias inesperadas, acercamientos impensados y prometedores descubrimientos fuera de agenda.

No hay reclamos ni lamentos, sólo descripción de situaciones.

Todo se desordenó. Acaso sea una de las cuestiones positivas a tener en cuenta entre el dolor y la tragedia: desordenarnos es buena excusa para reordenarnos de otra forma, donde incluso el orden tenga una importancia subalterna, debajo de la espontaneidad, de la frescura, de la inmediatez de este momento que en un segundo será pasado.

Con un golpe feroz descubrimos que nunca hubo futuro, que esa noción de querer diseñar lo que está fuera de nuestro control es un disparate.

Ni el punk estaba tan loco gritando a los cuatros vientos No future ni el grunge tan sucio e indecente como creyeron algunos.

Los Ramones y Nirvana no fueron visionarios. El ser humano de aquellas sociedades era bastante parecido al de la nuestra. Con una diferencia fundamental: el de hoy está asustado, muy asustado.

Le (nos) sobran los motivos, diría mi venerado primo Joaquín.

Renuente como soy a los balances -quizá por mi tirria manifiesta a las matemáticas y la contabilidad, aun en la vida diaria-, asoma por algún flanco un descubrimiento que no me pertenece. No debo ser el único que lo experimentó.

Mundos pequeños.

Universos diseminados en nuestro interior que siempre estuvieron pero que hoy brillan más que nunca.

Imagino a un hombre con una linterna en la inmensidad de una noche sin límites. Hay tanto por descubrir, aun en lo que conocemos.

Nos sorprende comprobar que hoy amamos más que nunca a quienes siempre amamos. Que aquella canción que nos emocionó durante décadas, hoy nos arranca lágrimas, al igual que esa película que guardamos en el corazón y cuyos diálogos sabemos de memoria, hoy nos parece deslumbrante, única, imprescindible para sostener la esperanza.

Mundos pequeños.

Uno tras otro dentro de nosotros.

Latiendo con fuerza arrolladora, alentándonos a no claudicar, a ser -inevitablemente- nosotros mismos.

A escribir, a pintar, a cantar, a bailar, a regresar a esa niñez de la que, irresponsablemente, pretendíamos salir por anticipado, sin disfrutarla lo suficiente, soñando con las mieles de una adultez que nunca fue como nos prometieron o imaginamos.

Por eso tomamos la linterna y alumbramos hacia la noche celestial, esperando quizá escuchar a David Bowie (que hoy cumpliría 74 años) tranquilizándonos:

Hay un hombre de las estrellas

esperando en el cielo,

le gustaría venir a visitarnos,

pero cree que nos va a impresionar.

Hay un hombre de las estrellas

esperando en el cielo,

nos ha dicho que no se lo digamos a nadie,

porque él sabe que todo merece la pena.

Me dijo:

Dejad que los niños pierdan la cabeza,

dejad que los niños la utilicen,

dejad que los niños bailen. 

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