Recuerdos

29.01.2022

Sos un apasionado de la tecnología, de modo que de alguna manera vas a leer esto, hoy, a 25 años de haber iniciado el viaje como decís en Rosebud, para mi gusto el más sensible y conmovedor de tus relatos.

Quiero imaginarme cómo podría ser un encuentro entre nosotros hoy y no logro capturar ninguna imagen, ninguna foto hipotética. Suena lógico. Nunca te gustaron las fotos. Recordarás mis frases que intentaban ser motivadoras a la hora de capturar el complemento imprescindible para una nota en gráfica.

Sigo desapegado de las fotos, a contracorriente de un tiempo en el que la mayoría de las personas viven pendientes de su imagen (virtual) y obstinadas en fotografiar -celular mediante- hasta lo incapturable.

Y aunque andan por ahí un par de fotos de nosotros (que le pedí al fotógrafo especialmente para mí) charlando en el Tortoni cuando salió El ojo de la patria, ¿te acordás?, guardo en la mente algunos momentos imborrables.

La intensidad, el calor y la fuerza del abrazo que me diste esa tarde cuando me viste llegar, me aflojó hasta el reloj.

Es cierto entonces, pensé.

Venías de una temporada larga en París, donde solías terminar tus novelas sin la interrupción del teléfono de madrugada, y hacía rato que no compartíamos un café. Ese afecto, esa calidez, sólo la brinda un amigo. Ese abrazo bien podría ser mi Rosebud, ese secreto que uno se lleva a la tumba. Pero no, pará, no es ése.

Imaginarás que continúo leyéndote y citándote, porque el tiempo va volviendo más colosal tu obra y tu sabiduría, pero también -de un tiempo a esta parte- comprobé, sin estar ni a un gramo de tu grandeza literaria, lo mucho que mis historias se han inspirado en las tuyas.

Te agradezco tanto el envión que me diste, como cuento en otra nota en este blog, para largar con la trama de esa novela que iba a ser la primera y que terminó siendo la cuarta en publicarse: Cualquiera puede ser héroe.

Sabías perfectamente que, de arranque, estaba colocándome a la sombra de una de tus novelas más queridas para mí (y de las mejores). Sin embargo me recomendaste con generosa humildad: "Escribíla. En la página 30, la novela ya es tuya".

También me habría gustado que, como en los `90 escuchabas mis comentarios en las madrugadas de Radio América, un par de veces sintonizaras algún partido de Temperley y opinaras sobre ese comentarista que intentaba sacarse la camiseta durante la transmisión y analizar ese juego que tanto nos gusta y que monopolizaba nuestras conversaciones, muy poco cool para cierta gente.

25 años es un tiempo prudencial para que apareciera algún escritor que me generara entusiasmo a la hora de cada publicación. Pues no. Ni uno. Con vos se rompió el molde y cada tanto encuentro alguna novela que me entretiene o me sorprende, aunque difícilmente sea made in Argentina.

Pero, ¿sabés?, les falta el gen argento. Esa mezcla de humor, ternura, nostalgia y melancolía que macerabas en cada novela o cuento. Esa situación o frase que me dejaba en el umbral de las lágrimas, de esas para llorar cuando valga la pena (Sabina dixit).

Suena egoísta, pero cuando recuerdo que un año después de tu partida se publicó Plomo en las alas, mi primera novela, me queda el regusto ácido de no haber podido invertir roles y ser yo quien te regalara un libro dedicado de puño y letra. Después, a aguantar la crítica o el elogio. Son las reglas del juego. Pero, ¿quién me quitaba lo bailado?

Quizá por allí haya algo parecido a mi Rosebud: esa ilusión difuminada de una ofrenda al maestro y al amigo que no pudo ser.

Ya sabrás que uno de mis personajes menciona una de tus citas en mi guión cinematográfico que aún permanece sin filmar.

Por supuesto que extraño muchísimo los cafés que nos esperaron en vano, las novelas por venir, las charlas telefónicas para fijar el próximo encuentro y tus inefables comentarios sobre San Lorenzo. ¡Qué festín te harías hoy!

Fijáte la de vueltas que doy para decirte que, a 25 años de la partida, se te extraña cada día más, y que prefiero los recuerdos a las fotos. Aunque pueda olvidarme de muchos.

Vos, que entendés de esto mejor que nadie, lo pintaste genial: "La memoria, al elegir lo que conserva y lo que desecha, no sabe de casualidades".

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