Reuniones laborales, un hábito tóxico

13.10.2021

Tengo un kilometraje promedio de reuniones laborales que me habilita a asegurar que el 95 por ciento de ellas son al pedo. No da para ensayar una tesis, aunque sobra para este artículo.

Las características por las que se practica el alpedismo en ellas varían según el lugar y -fundamentalmente- la cantidad de concurrentes.

La peor pesadilla se da en sede oficinesca, donde el café suele ser horrible, las medialunas escasas y la cantidad de gente similar a cuando en las canchas de fútbol los partidos se jugaban sin público y entraban sólo los "allegados".

Previa extensa y aburrida exposición de gente que uno no conoce (ni necesita conocer) sobre la cuadratura del círculo o la capacidad de las almejas para el yoga, cuando llega el turno asignado -en mi caso- para el pitching (venta) de la novela, obra de teatro, serie de tevé o película, en los estómagos ya regurgita el espantoso café, las medialunas pesan como plomo y la capacidad de interés es nula.

Una reunión por Zoom o Meet de una o dos personas claves evitaría esa innecesaria exposición de trivialidades a horas disparatadas, tipo 8,30 o 9. La mañana es un territorio poco explorado por mí, aun en vacaciones, en los lejanos tiempos en que podía tomarlas.

30 o 45 minutos al hueso por pantalla tecnológica y habrá indicios de si el proyecto avanza o se queda en eso. En las reuniones oficinescas se descubre obscenamente el intento de varios por justificar sus sueldos hablando pavadas u opinando sobre temas que desconocen. 

Ellos cobrarán puntualmente sus salarios, los que nos auto gestionamos dependemos de la suerte de esa reunión (que para ellos es una más y para nosotros fundamental) para calcular si el próximo mes reduciremos las deudas o las aumentaremos.

La reunión en un café es tan o más nefasta que la oficinesca. Decrece el número de participantes (a nadie le gusta pagar) pero se agiganta la posibilidad de la exposición autobiográfica del interlocutor, que siempre será épica. Como si frente a nosotros estuviese sentado el Director de Producción de Netflix, o el capo de un pulpo editorial.

De producirse un segundo encuentro, el autor deberá contener su ira, pues volverá a escuchar lo que ya sabe, aderezado por la ubicación de la quinta de fin de semana, o la edad de la hija/sobrina/nieta que estudió con Julio Chávez (vaya uno a comprobarlo) para la cual "si hay un lugar, no dejes de tenerla en cuenta. Aunque sea en un papel chiquito. Sin compromiso, ¿eh?".

El negocio de la comunicación y el entretenimiento no tiene secretos. Reunión breve con temas claros, los participantes imprescindibles y exposición dinámica.

Todo lo demás es hojarasca.

No llevo una estadística pero la mayoría de mis trabajos concretados se dieron de un día para otro, o en la primera y única reunión o charla de videoconferencia.

El café, el mate y las medialunas serán en casa, por la tarde y escuchando a Joaquín Sabina, The Kinks o Tom Petty. El tiempo es algo demasiado precioso e importante para perderlo en actividades burocráticamente oficinescas, de las que precisamente escapé al convertirme en escritor.

El lugar de un autor está frente a la pantalla y el teclado donde estoy en este momento, poniendo el punto final a este artículo.

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Imagen de Pete Linforth en Pixabay  



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